Después de lamentarme día y noche por mi inútil figura, el repugnante hedor que emanaba, la dificultad para transportarme, en conclusión todo mi ser: No sé cómo pude llegar a sentirme menos que lo que en ese mismo instante era, una miserable cucaracha; llegué al punto en que no comía lo que me proveía mi hermana Grete, por el simple hecho de que creo que mi vida no valía nada. Pasaron los días, horas, minutos y la relación con los que decían ser de mi familia estaba cada vez peor, ya no sólo eran gritos, sino azotes de puertas y otras cosas, no soportaba más esta situación.
Un día decidí que mi lugar ya no era ese, que lo único que hacía en esa casa era estorbar, no servía para nada y me fuí. Tomé lo poco que pensé podría servirme estando fuera de casa, una pequeña cobija y un par de migajas que quedaban debajo del sofá, las reuní en una bolsa y me marché por las ventana sin mirar a trás.
Veía la lluvia caer frenéticamente ante mis ojos, ya habían pasado tres días desde que había huido de casa, me encontraba debajo de un puente y aunque no dejaba de pensar en mi familia, sentía que había tomado la mejor decisión, porque de una u otras forma ya no era un estorbo para nadie, me sentía libre, comencé a darme cuenta que esta extraña condición no era del todo mala, hizo que mi familia me determinaa un poco más, así el día dio paso a la noche y aunque con ojos sin párpados pronto me quedé dormido. Al despertarme sentí una brisa que rodeaba la punta de mis frágiles patas y depronto de ipso facto sentí algo más, algo que me hizo saltar y gritar de la emoción y que pensé después de tanto tiempo ya no pasaría...
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